Los grabados de Collaert sobre la vida, pasión y resurrección de Cristo

José Luis Trullo.- Adriaen Collaert (c.1560–1618) fue un dibujante y grabador flamenco de cuya biografía poco se sabe, aparte de que nació en Amberes a mediados del siglo XVI. Tras un período de formación en Bélgica, durante el cual trabajó grabando en los talleres de Gerard de Jode, Eduard Hoeswinckel y Hans van Luyck, pasó una larga temporada en Italia, ampliando sus conocimientos de grabado. De vuelta a su país, imprimió una gran cantidad de estampas, caracterizadas por un estilo pulido y limpio, aunque (según algunos críticos) quizá algo seco. Se casó con Justa Galle, la hija de uno de sus maestros, y sus hijos, al igual que su hermano e incluso uno de sus nietos, prosiguieron la estela de Adriaen, trabajando como grabadores e impresores. Aparte, admitió en su taller a diversos pupilos, entre los que se contaban Jan Boel, Quirin Boel, Adriaan Boon y Abraham van Merlen. Murió en su ciudad natal, tras una amplia trayectoria creativa.

Collaert grabó todo tipo de temáticas, aunque es especialmente apreciado por sus estampas de asunto religioso, entre ellas las que aquí nos ocupa, la serie que consagró a la vida, la pasión y la resurrección de Cristo. Aparte, destaca una serie de seis planchas, llamadas las Anunciaciones, o el grabado sobre el Reposo durante la huida a Egipto, a partir de un dibujo de Goltzius.



Las 36 planchas que componen esta serie sobre la Vida de Cristo fueron grabadas al cobre a partir de los dibujos de Marten de Vos, y se publicó en Amberes en 1600, siendo dedicada al Archiduque de Austria, Duque de Borgoña y Príncipe de Bélgica, tal y como figura en el frontispicio, donde se reconoce la figura de los cuatro evangelistas, con sus respetivos símbolos representativos, y una abigarrada ornamentación formada por cabezas de amorcillos, faroles, escaleras. columnas e incluso un sable.

La colección de estampas (cuyas dimensiones son de 24 x 20 cm, en el formato apaisado clásico de los álbumes) incluye los pasajes más significativos narrados en los Evangelios, reproduciendo al pie el versículo y la fuente bíblica que ilustra. Encontramos grabados sobre la Anunciación, la Adoración de los Pastores, la Circuncisión de Jesús, la Presentación en el Templo, la Masacre de los Inocentes, el Bautismo con Juan, las bodas de Caná, el Sermón de la Montaña... hasta llegar al tramo final del relato evangélico, con las diversas vicisitudes que desembocan en la Crucifixión y la Resurrección de Cristo. 



Los grabados son de una enorme calidad, preñados de talento y delicadeza, con un gran sentido de la composición. Las escenas tumultuosas transmiten, no caos, sino equilibrio y maestría técnica indudable. Siguiendo la costumbre de la época (la cual perduró hasta mucho tiempo después), las escenas urbanas y los interiores domésticos se representan de acuerdo con el estilo vigente en el momento de la creación de la obra, sin el sentido histórico que caracterizaría al arte a partir del romanticismo. Incluso los personajes (excepción hecha, como es lógico, de Jesucristo, los apóstoles o los soldados romanos) visten ropajes anacrónicos, apareciendo como nobles flamencos del siglo XVII.

Destaca también el delicado tratamiento de las sombras y los medios tonos, transmitiendo una acertada impresión de profundidad en los interiores y de volumen en la representación de los cuerpos. Puede que algunas figuras aisladas adolezcan, aquí o allí, de falta de la deseada proporción entre el cráneo y el torso, o que la expresión de Cristo carezca de demasiados matices expresivos, pero sin duda estamos ante una obra mayor del género, un verdadero hito en el campo del grabado de temática bíblica.




Mención aparte haremos de la serie de estampas titulada Triumphus Iesu Christi Crucifixi (Amberes, 1608), con texto de Bartolomé Riccium y grabados de Collaert. Se trata de una macabra sucesión de crucifixiones y martirologios de santos en todas las posiciones y circunstancias imaginables (incluso los hay crucificados del palo mayor de un barco). El libro, en 143 páginas, consigue agotar la capacidad de sorpresa del lector, llegando al extremo de la fatiga. Los grabados son mediocres, con evidentes errores de perspectiva y cierta desidia por parte del grabador, quien no consigue ocultar su fastidio con el encargo. Se puede comprobar (en pdf) lo aquí consignado en este enlace.




Sea como fuere, Collaert figura como uno de los artistas más prolíficos e influyentes de su época, una era dorada en la historia del grabado donde éste adquirió un estatuto autónomo como una más de las disciplinas de las artes, abandonando su carácter secundario de ilustración y erigiéndose en un objeto apreciable y apreciado por sí mismo, sin servidumbres externas.