José Luis Trullo.- Aunque sabemos que falleció en la ciudad alemana de Nüremberg en 1562, no se tienen datos ciertos de la fecha ni el lugar de nacimiento de Virgil Solis, uno de los grabadores más productivos del Renacimiento. Ahora bien, hay que adelantar que muchas de las obras que se han conservado a él atribuidas (y son casi 1.300), en realidad eran producto de su taller, lo cual siguió siendo práctica habitual durante mucho tiempo. No fue hasta el advenimiento del romántico culto a la identidad personal cuando la firma empezó a significar, no sólo la tutela de un artista sobre la ejecución material de su obra, sino la realización íntegra de la misma. Lo cierto es que, dado el nivel de detalle y la ubérrima ornamentación que ornan las planchas salidas del taller de Solis, resulta inimaginable que pudiera asumir por sí mismo la totalidad de sus obras: está claro que él sí sabía delegar.
Las primeras obras firmadas por Solis son de 1554. Su estilo, marcadamente decorativo y de vocación arquitectónica, sintonizó con cierta corriente en boga en el Renacimiento centroeuropeo por aquella época que se complacía en fusionar temas y ornamentos de estirpe italiana con un gusto por lo abigarrado típicamente germánico. Su arte incorporó influencias de Alberto Durero, Hans Sebald Beham y otros artistas italianos y franceses. Si bien ello puede delatar cierta falta de creatividad, hay quien prefiere pensar que Solis optó por un estilo ecléctico con fines comerciales. Lo cierto es que otro grabador célebre coetáneo de Solis, Tomas Stimmer, también se inscribió en esto ola de, llamémosle así, fusión estilística internacional, la cual por otro lado no es privativa del Renacimiento: la Edad Media es bien conocida por la hibridación constante de corrientes y aportaciones diversas.
Aunque, como se ha dicho, la producción de Solis es oceánica, casi la mitad de ella son detalles ornamentales como composiciones con elementos vegetales y arquitecturas, guirnaldas, emblemas y armas, etc. Estos diseños fueron reutilizados como modelos por infinidad de artesanos, ilustradores, ebanistas o damasquinadores, y han sido recogidos en tres tomos de los llamados catálogos Hollstein.
Una de las razones que puede explicar la sobreabundancia de obras atribuidas a Solis la ha aventurado Ilse O'Dell, en su artículo dedicado al artista. Según ella, su editor Sigmund Feyerabend habría conservado el sello con la firma monogramática de Solis (una S), utilizándolo de manera más o menos discrecional en su propio beneficio, en ocasiones incluso en contextos bastante inadecuados. Ello explicaría la menor calidad de los grabados fechados en época más tardía.
De todos modos, aún quedan por catalogar sus numerosas ilustraciones para libros, entre las que destacan sus grabados para las Metamorfosis de Ovidio, los que aportó a la edición de la Biblia que impulsó el propio Feyerabend (Frankfurt, 1556) y el título que aquí vamos a analizar, las Figuras Bíblicas del Antiguo y el Nuevo Testamento.
La idea de ilustrar episodios de la Biblia de manera aislada, extrayéndolos de las Escrituras, gozaba en su momento de una amplia prosapia, pues en los años anteriores ya la habían llevado a la práctica Hans Holbein el Joven, Tobias Stimmer o el propio Hans Sebald Beham, prolongando la tradición inaugurada por la Biblia moralizada o la posterior Biblia Pauperum. Ahora bien, las ediciones renacentistas carecían del claro propósito doctrinal de estas últimas, decantándose por una mayor preponderancia de los valores narrativos, estéticos y expresivos de los episodios reflejados.
La organización de las páginas del libro de Solis es fija, y consiste en una cartela de clara inspiración arquitectónica rodeando la viñeta que ilustra el pasaje bíblico concreto. En la parte superior aparece la referencia del mismo, limitada al libro y el capítulo, pero no el versículo; después, cuatro versos del texto, en latín, y debajo de la cartela, su traducción al alemán.
La distribución de las láminas consagradas al Antiguo Testamento es la siguiente: Génesis, 16; Éxodo, 11, Levítico, 1; Números, 2; Josué, 6; Jueces, 9; Samuel, 11; Reyes, 14; Nehemías, 1; Esther, 3; Job, 1; Salmos, 1; Isaías 1; Jeremías, 2; Ezequiel, 2; Daniel, 4; Macabeos, 2, y una lámina para cada uno de los profetas Oseas, Joel, Amós, Abdías, Jonás, Miqueas, Nahum, Habacuc, Sofonías, Ageo, Zacarías, Malaquías, Judith, Tobías. Esta serie concluye con una lámina dedicada a la historia de Susana, del libro de Daniel.
En cuanto al Nuevo Testamento, dedicadas a Mateo contiene 30; a Lucas, 28; a Marcos, 7; a Juan, 17; a Corintios, 1; a Hechos, 4; a San Pablo, 2; a San Pedro, 3; y al Apocalipsis (que cierra el tomo), nada menos que 26.
El contenido gráfico de las viñetas suele decantarse por un estilo claramente influenciado por Durero, es cierto, con un escrupuloso trazo y un rítmico sentido de la composición. El nivel de detalle es considerable, deleitándose el artista en la reproducción de la indumentaria de los personajes e incluso del mobiliario. Las escenas que plasman grandes masas humanas son complejas, pero no liosas. Tal vez la sensación de cierta saturación visual que puede provocar el libro en su conjunto quepa achacarla al exceso de ornamentación de las cartelas, que con frecuencia compiten por atraer nuestra atención, llegando a extenuarla.
Más allá de las consideraciones estrictamente estilísticas e históricas, la obra posee una coherencia plástica indudable, y su interés resulta evidente desde un punto de vista intrínseco. Estamos ante un proyecto gráfico sólido, quizás algo discutible bajo una óptica teológica, pero cautivador y apasionante desde la primera imagen hasta la última.